Nos gusta que el agua que consumimos sea clara. Nos gusta todo claro, como el agua. Incluso si vamos a utilizarla para lavar el carro, regar las plantas o para verla dentro del inodoro, antes de hacer nuestras necesidades nos gusta que el agua sea transparente. Y por supuesto, para tomarla, ni se diga. Nos gusta que además de transparente, diga en su etiqueta “pura”.
Pero después de consumir nuestra agua transparente, la convertimos en agua sucia, sucísima. Agua asquerosa que le provoca náuseas a cualquiera. Agua que es sinónimo de enfermedad y peste. Al final, esa agua se va por el alcantarillado y desaparece, aunque debemos recordar que aún hay muchas personas en la Tierra que no pueden tomar agua clara ni olvidarse fácilmente del agua negra que generan.
Esto ha ocurrido durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Incluso, cuando no existía el alcantarillado, las aguas negras fueron usadas como un recurso. Civilizaciones prehistóricas como las mesopotámicas, culturas del valle del Indo y minóicas alrededor de 3200 y 1100 antes de Cristo, hacían uso de las aguas negras para irrigación. En las civilizaciones helénicas y romanas las aguas negras eran utilizadas también para la fertilización en campos de cultivo cercanos a las grandes ciudades. Más adelante, entre los siglos XVI y XVII, eran frecuentes las fincas de cultivo cuyo único abono eran las aguas negras.
En la mitad del siglo XIX, después de sobrevivir terribles plagas, los investigadores llegaron a la conclusión de que la irrigación de aguas negras era una práctica nociva, ya que la mayoría de patógenos peligrosos que nos pueden enfermar se encuentran en ellas. A partir de ese momento se reguló el uso de los alcantarillados sanitarios y se promovió el tratamiento del agua antes de darle cualquier uso.
Esta práctica hizo que nuestra salud mejorara pero nos apartó de la realidad del manejo de las aguas negras. Hoy en día, la ingeniería y la ciencia intentan devolverles a las aguas negras el valor consciente que se tuvieron en algún momento. Eso sí, aprovechando su potencial nutritivo y bajo importantes medidas de higiene. Por ejemplo, actualmente, se puede hablar del reciclaje de aguas negras como una posibilidad viable en diversas escalas: desde reciclar el agua del lavatorio para alimentar el inodoro hasta aplicaciones más ambiciosas y culturalmente complejas como reciclar nuestras aguas negras a partir de un ciclo cerrado de tratamiento, en el que consumamos el agua potable obtenida de la purificación artificial, a partir del agua negra que minutos antes generamos al halar la cadena de nuestro baño.
Por otro lado, la investigación sobre la reutilización del agua negra, tratada en mayor o menor medida, se interesa en aplicaciones tales como irrigación, recarga de acuíferos, uso industrial y generación eléctrica, entre otras.
El reto actual radica en eliminar la presencia de los contaminantes emergentes que están presentes en los desechos que producimos cotidianamente y que son, por su naturaleza, ajenos a nuestra biología. Por ejemplo, medicamentos y productos químicos artificiales que son ingeridos por nosotros y persisten, tanto en nuestra orina como en nuestras heces.
Aunque tal vez, el verdadero reto consiste en cambiar el tabú en relación con este tema y darle un propósito de uso consciente a las aguas negras. Volverlas a ver como un recurso potencial y no solo verterlas, esperando que la naturaleza nos la devuelva transparente, pura y embotellada.