Este artículo fue tomado directamente del periódico digital delfino cr, publicado el día 25 de setiembre. Puede acceder al artículo en el siguiente link.
Emma Tristán. 25 de enero, 2019.
El 20 de setiembre de este año, Costa Rica recibió el máximo galardón de las Naciones Unidas en temas ambientales: el premio “Campeones de la Tierra”. Como el reconocimiento es para Costa Rica y no se puede desaprovechar un motivo de celebración, era inevitable destapar unas cervezas. Además no todos los días nos ganamos un premio. Todos.
Paso seguido, algunos tuvimos la curiosidad de averiguar por qué éramos los nuevos campeones de la tierra. Dice el sitio web del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA, o UNEP, por sus siglas en inglés) que recibimos el premio por nuestro rol en la protección de la naturaleza y por nuestro compromiso con políticas ambiciosas para combatir el cambio climático.
Es curioso que nos hayan otorgado un premio, por lo menos parcialmente, por una intención. No por un logro. Es como si Costa Rica ganara el mundial de futbol por hacer un buen calentamiento o por presentar un plan de juego muy ambicioso. O como si le hubieran dado a Gabriel García Márquez el premio Rómulo Gallegos, no por su novela Cien años de soledad, sino por alguna de las que había pensado escribir, pero aún no escribía.
¿Por qué en lo ambiental es aceptable dar un premio por una intención, por un sueño necesario, pero sueño al fin, cuando en otras áreas como las artes y los deportes se requieren resultados concretos?
En cualquier caso, esa es la forma en que funciona el mundo de los reconocimientos ambientales y es lo que hizo que un buen día nuestro presidente, Carlos Alvarado, brincara de felicidad al recibir, por vía telefónica, la noticia de que éramos los nuevos Campeones de la Tierra. Al menos así lo imaginamos.
El interlocutor de nuestro presidente en Nueva York, después de felicitarlo, le solicitó un video de agradecimiento para colocar en su página web. Entonces Carlos Alvarado comenzó a sentir un dolor incómodo. Algo no estaba bien: tenía una piedra en el zapato presidencial.
No es que a nuestro presidente le hiciera falta el espíritu ambientalista que compartimos todos los ticos (aunque algunas veces no lo demostramos). Sin embargo, el mandatario se vio en la necesidad de evadir las profundas deficiencias que tiene nuestro país en temas de calidad ambiental: una paupérrima gestión de aguas residuales y residuos sólidos, un aire contaminado por los vehículos de las inacabables presas y un uso excesivo de agroquímicos, que a menudo contamina nuestros acuíferos. No se trataba de echar a perder el momento de celebración.
Tampoco había que referirse al Plan de Descarbonización, aunque esa fuera una de las razones que nos hicieron merecedores del premio. En el papel, el plan es fantástico. Establece metas muy concretas y ambiciosas al 2022, 2030 y 2050. Cuenta con 10 ejes de acción que abarcan cuatro temas claves: transporte y movilidad sostenible; energía, construcción sostenible e industria; gestión integral de residuos; y agricultura, cambio y uso del suelo y soluciones basadas en la naturaleza.
Lo importante en ese momento era reafirmar la imagen verde que identifica a nuestro país y que ha sido clave para el turismo y la inversión extranjera. Sin embargo en la mente de Carlos Alvarado estaba muy presente el compromiso adquirido por Costa Rica durante su gobierno: disminuir la factura por uso de combustibles fósiles en el equivalente a un 0,9% de emisiones de carbono para el 2022. Pensaba en esto y el dolor que sentía dentro del zapato presidencial se acompañaba ahora con un sudor incontrolable que le bajaba por la mejilla.
Aunque aún no se hubiera hecho una evaluación formal del nivel de cumplimiento de la meta de descarbonización —eso ocurrirá en diciembre de 2019– el presidente sabía que esa meta dependía de la introducción de vehículos eléctricos y de mejoras sustanciales en el transporte ferroviario. Los resultados hasta la fecha no eran nada alentadores.
Calculaba que a la fecha había poco más de 650 vehículos eléctricos en propiedad de particulares. Esa cifra estaba muy por debajo de sus proyecciones de campaña, en la que aseguraba que se introducirían 35 mil vehículos eléctricos entre 2018 y 2022. Parecía que, hasta entonces la exoneración de impuestos a los vehículos eléctricos, que había entrado en vigencia en noviembre de 2018, había sido insuficiente.
Luego pensó en el tren eléctrico. Su gobierno se había comprometido a contribuir con $400 millones y la Unión Europea había donado unos $6 millones. La estimación del proyecto era de $1.235 millones. En esto pensaba nuestro presidente mientras una gota de sudor caía en su otro zapato presidencial. Estaba convencido de que la piedra era más grande de lo que pensó originalmente y se arrepintió de haber brincado de alegría tantas veces.
A pesar del momento difícil, Carlos Alvarado sabía cómo reaccionar. No esperábamos menos de él. Entonces decidió enfocar el video de agradecimiento en lo seguro, en el legado, en nuestra destacada historia en temas de conservación ambiental, parques nacionales, áreas de conservación y tasas de recuperación de bosque.
Vivimos en un mundo en el que existe tal desesperación por lograr las metas ambientales que se premia el deseo de alcanzarlas y no el logro. En ese contexto son prescindibles el rigor, la disciplina y la perseverancia. En cambio se afirma, implícitamente, que el camino para conseguir un planeta más sostenible es tan difícil que no nos queda más que apostar por las buenas intenciones. Incluso si son irrealizables.