700 millones de dólares en tres días. Esa es la cifra que donaron, casi de manera inmediata, algunos millonarios franceses para devolverle el alma a la catedral de Notre Dame, tras el devastador incendio ocurrido el pasado lunes santo. Momento triste, muy triste, para muchos habitantes del mundo. Notre Dame es un monumento emblemático, producto de ocho siglos de historia, con un valor incalculable. Como decía el presidente francés, Emmanuel Macron, en declaraciones posteriores al siniestro: “Notre Dame de Paris es nuestra historia, nuestra literatura, y nuestro imaginario.”
La reacción de los franceses ha sido impresionante. Es muy esperanzador ver cómo el ser humano contribuye generosamente para recuperar lo que se perdió; sin embargo el esfuerzo e inversión reales para preservar el patrimonio de la humanidad parece ser deficitario, incluso en los países más desarrollados. Muchos estamos atentos a los resultados que arrojará la investigación del accidente. Por ahora no se conoce la causa del incendio, aunque la hipótesis de un corto circuito es la más plausible.
Según indica Raphael Bloch, en su publicación del 15 de abril en el periódico Les Echos, el sistema de prevención contra incendios contaba con dos tanques de agua que estaban ubicados dentro de las torres de la catedral. Además, durante trabajos de mejora del edificio que se llevaron a cabo en el 2014, se instalaron nuevas cerraduras en las puertas y un cableado eléctrico que disminuirían el potencial de generación y propagación del fuego.
¿Cómo se presenta y se propaga este fuego tan devastador, a pesar de que se contara con una infraestructura aparentemente adecuada? ¿Qué enseñanzas nos deja esta experiencia en nuestro contexto nacional?
Un conato de incendio o “fuego incipiente” ocurre por fallas en las barreras de prevención que existen para evitarlo. Es decir, un cableado eléctrico que cumpla con los códigos de seguridad es uno de los controles necesarios para prevenir un incendio. Sin embargo existen otros, como el uso de herramientas seguras y la segregación de los productos inflamables. Además, es necesario contar con sistemas para asegurar que las instalaciones y equipos reciban inspecciones y mantenimiento periódicos y que existan procedimientos para evitar prácticas inseguras que puedan generar chispas o llamas, tanto durante las actividades regulares como durante los trabajos realizados por contratistas.
Ahora, una vez que se genera el conato, la falta de mecanismos de mitigación o actuación contra el evento amplifica los efectos. Por ejemplo, si ocurre un pequeño incendio y no se cuenta con un extintor a proximidad o con personal que sepa cómo operarlo, el incendio se propagará. Otros mecanismos de mitigación incluyen la colocación de paredes y puertas con características que reduzcan el potencial de propagación del calor y el fuego, los detectores de humo, los sistemas fijos contra incendio, como hidrantes o aspersores, y la presencia de las brigadas contra incendio y los bomberos.
Cuando pensamos en lo que ocurrió en Notre Dame, nuestro escenario local se vuelve escalofriante. Primero, nuestra Asamblea Legislativa no logra ponerse de acuerdo en relación con un préstamo del BCIE por de 31,3 millones de dólares, para proveerle al Teatro Nacional, entre otras mejoras, un sistema contra incendio.
Por otra parte, el Teatro Nacional no es el único edificio ni instalación con valor histórico y patrimonial que deba ser protegido. El edificio que alberga el Museo Nacional no cuenta tampoco con un sistema de protección contra incendios, un plan de emergencia ni un diagnóstico del sistema contra incendios.
En este momento desconocemos cuánto nos costaría llevar al teatro, y a tantos otros edificios que lo requieren, tener los resguardos necesarios contra un incendio. Sin embargo, si realmente reconocemos el valor de nuestro patrimonio nacional, debería resultar lógico y justo invertir en mecanismos que prevengan y permitan controlar los incendios. Si un accidente de esa magnitud ocurrió en Francia, en una instalación que contaba con sistemas de prevención en aparentes buenas condiciones, es fácil deducir que en nuestro país los edificios de valor patrimonial tienen los días contados.