“Un pequeño paso para un hombre; un gran salto para la humanidad” es la célebre frase con la que Neil Armstrong narró lo que para muchos es el momento más importante en la historia moderna.
La carrera espacial iniciada por Estados Unidos y La Unión Soviética durante la guerra fría tuvo su cúspide ese 20 de julio de 1969, cuando el Apollo 11 alunizó y el ser humano pudo pisar suelo extraterrestre por primera vez.
Este acontecimiento ayudó a despegar la investigación y el desarrollo de la ingeniería espacial que nos heredó, entre otras cosas, la tecnología satelital de la que tanto dependemos hoy. Sin embargo, todos esos años de desarrollo espacial están comenzando a mostrar un lado negativo.
Según estimaciones de la Agencia Espacial Europea, cerca de cinco mil toneladas de basura y chatarra espacial orbitan la Tierra actualmente. Esta basura corresponde a satélites viejos que dejaron de funcionar y las partes que se desprenden de los cohetes en los lanzamientos.
Más allá de hacer lucir descuidada la fachada de nuestro planeta ante la mirada de cualquier visitante extraterrestre, la basura espacial puede llegar a generar problemas. La chatarra tiende a acumularse entre los 200 y 2000 kilómetros de altura, franja comúnmente conocida como órbita baja, en la cual orbitan la mayoría de satélites utilizados para mapeo de la superficie y generación de imágenes.
Esto provoca que todo objeto orbitando en esta franja corra el riesgo de colisionar con alguno de esos fragmentos, los cuales se mueven a velocidades de entre siete a ocho kilómetros por segundo, convirtiéndose así en proyectiles que en ocasiones son más veloces que una bala.
Esto ya ha ocurrido anteriormente, no solamente con satélites que se dañan, quedan fuera de funcionamiento y se vuelve un fragmento más de chatarra en el espacio, sino también con la misma Estación Espacial Internacional, que se ubica en la órbita baja, a 400 kilómetros de altura, y ha reportado daños menores producidos por el impacto de basura espacial.
Pero no nos equivoquemos al pensar que el riesgo se limita a los satélites y a los pocos tripulantes de la Estación Espacial Internacional. En noviembre del 2015, se registraron caídas de restos de cohetes en España. El incidente no generó heridos, pero si encendió una alarma sobre el riesgo que representa, ya que algunos de los fragmentos recuperados tenían hasta cuatro metros de diámetro.
Se estima que cerca de 100 toneladas de basura espacial reingresan a la atmósfera al año. Parte de esta se desintegra y la gran mayoría cae en los océanos. Sin embargo, al aumentar la cantidad de basura espacial, aumentará la probabilidad de que parte de ella caiga en áreas habitadas.
Y es que el aumento de la basura parece inminente. El historial de lanzamientos espaciales muestra que los Estados Unidos y la antigua Unión Soviética alcanzaron la mayor cantidad de lanzamientos durante los sesenta. Sin embargo, en las últimas décadas se han sumado a la lista países como la India y Kazajistán. En esa lista destacan, además, la Agencia Espacial Europea y China, que han registrado al presente año un aumento de 10 y 20 lanzamientos respectivamente.
A esto hay que sumarle a futuro el involucramiento de empresas privadas como Virgin Galactic, Boeing y Space X, que están transformando la carrera espacial de un contexto político entre países a uno comercial, en el que se involucran empresas que pretenden introducir, además, el turismo espacial a la ecuación.
Estas proyecciones en el aumento de la basura espacial ya preocupan a algunos, y al igual que reaccionamos a la generación de residuos plásticos tras ver tortugas con pajillas en la nariz, los daños a infraestructura espacial y pérdidas económicas han provocado algunas reacciones en el sector espacial.
Entre las soluciones propuestas se encuentra la implementación de un programa del gobierno japonés para monitorear la basura espacial, y en 2028 enviar sondas capaces de limpiar la órbita. Por otro lado, también se están diseñando nuevos satélites que tras cumplir su vida útil regresen a la Tierra y no permanezcan orbitando como chatarra.
No se puede opacar la importancia que la exploración espacial ha tenido en el desarrollo de nuestra sociedad. Sin embargo, esta situación sirve para reflexionar sobre la forma constante en que subestimamos nuestro impacto negativo sobre el ambiente.
En algún momento de la historia las ballenas parecían ser muchas como para extinguirlas, o el océano muy grande para contaminarlo. Tras saturar los mares, ríos y suelos con residuos, el espacio exterior, que ya forma parte de nuestro ambiente, parece ser nuestro próximo objetivo.
Continuemos innovando, pero esta vez aprendamos de nuestras experiencias para analizar y contener los impactos negativos que podríamos generar a largo plazo.
Este 2019 se cumplen 50 años de la hazaña del Apollo 11, y en muchos sitios se conmemora con la célebre frase que dimensiona el histórico paso de Armstrong. Sin embargo, la situación espacio-ambiental que se ha generado desde entonces se describiría mejor con la frase dicha por Jack Swigert durante el accidentado viaje del Apollo 13: “Houston, tenemos un problema.”