El país, no siempre ha sido lo que es. A lo largo de la historia, el territorio costarricense ha sido forjado y moldeado, involuntariamente, por las fuertes manos de la madre naturaleza, que ha dispuesto a su antojo de la pequeña masa de plastilina que es Costa Rica. Grandes mecanismos han incurrido en la formación de lo que la superficie es ahora, desde terremotos descomunales que provocan el levantamiento de la tierra en decenas de metros, hasta erupciones volcánicas que arrasan con kilómetros de bosques a la redonda, eliminando múltiples especies de flora y fauna a su vez. Porque si algo hay que afrontar, es que el ser humano es un intruso que empezó a instaurarse en el último instante de formación continua del territorio nacional y que ahora, al habitarlo, se ve envuelto en situaciones de riesgo, en medio de un proceso en el que la naturaleza hace lo que le place.
Es un hecho que Costa Rica es un país “multiamenaza”: placas activas, volcanes despiertos, lluvias torrenciales y movimientos de tierra son algunos de los mecanismos que han detonado desastres en el pasado. Por ejemplo, la ciudad de Cartago siempre tendrá presente el terremoto que cobró la vida de cientos de personas y dejó miles de heridos un 4 de mayo de 1910, a las 6:50 de la tarde. Tras haber sido afectada por un terremoto previo, el 13 de abril, la ciudad terminó totalmente destruida. Fue tal el desastre y la magnitud de este evento que el presidente en ejercicio, Cleto González Víquez, instauró las bases de la creación de un código sísmico en construcciones para el país.
Continuando con la cronología de eventos, en 1968 el cerro Arenal dejó de conocerse con ese nombre al despertar y autoproclamarse volcán. Las comunidades de Pueblo Nuevo y Tabacón quedaron devastadas el 29 y 31 de julio, respectivamente. Ese es el volcán que ha arrebatado más vidas en un solo evento, a causa de los flujos de ceniza ardiente e impactos por bloques lanzados directamente desde su cráter, atribuyéndosele un total de 87 muertes que pudieron ser evitadas si la evacuación de estas comunidades se hubiese dado a tiempo.
Décadas después, el 5 de noviembre del 2010, luego de constantes aguaceros y fuertes lluvias, pasada la media noche, el cerro Pico Blanco ubicado en Escazú perdió de sus laderas gran cantidad de material que fue encausado en la quebrada Lajas y se llevó consigo 24 vidas. Esta tragedia pudo ser evitada, pues se conocía que esa zona era vulnerable a este tipo de eventos en particular y no se hizo nada para evitarlo.
Por otro lado, el nombre Otto quedará marcado en la memoria de muchos, en especial en los vecinos de Bagaces y Upala, aún más que el nombre de Juana, que azotó al país indirectamente en 1988. El huracán Otto tocó territorio costarricense el 24 de noviembre del 2016, a una velocidad aproximada de 155 km/h y a pesar de ser solo un evento de categoría II, dejó a su paso un total de 10 muertes y más de 10.500 personas afectadas.
Más recientemente, la tormenta tropical Nate afectó aún más que el huracán Otto: provocó la muerte de 11 personas, pérdidas en miles de hectáreas de cultivos, la apertura de 178 albergues y el traslado de 11.500 personas, aproximadamente.
Estos, son solo eventos significativos que han labrado el pasado de lo que hoy es Costa Rica. Sin embargo, muchos deslizamientos ocurren durante épocas lluviosas año con año. Terremotos como el de Limón (1991), Cinchona (2009) y Nicoya (2012) han causado grandes pérdidas. Erupciones como las del volcán Irazú (1962-1964) y las del volcán Turrialba (2010 a la actualidad), han afectado decenas de kilómetros a sus alrededores. Incluso eventos de infraestructura como la caída del puente entre Turrubares y Orotina (2009) pudieron ser evitados si se acataran las advertencias y se gestionaran correctamente los recursos destinados a mitigación y prevención de desastres.
Todo esto, es solo una pequeña muestra de aquello a lo que estamos expuestos al vivir en un país “multiamenaza”. Por esto es necesaria la elaboración de mapas de riesgo y amenazas a lo largo de todo el territorio nacional, además del involucramiento del gobierno en una gestión realista y consciente del peligro que puede sufrir ese intruso que prolifera y habita la superficie costarricense y se hace llamar “tico”.