Este artículo fue tomado directamente del periódico La Nación, publicado el día 3 de enero. Puede acceder al artículo en el siguiente link.
El pánico frente a Godzilla y King Kong se ha convertido en un recuerdo nostálgico. Ahora, en vista del cambio climático, somos nuestros más temibles monstruos gigantes.
Jurgen Ureña. 3 enero, 2020.
A inicios del pasado diciembre, se celebró en Madrid la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), considerada por sus organizadores como “decepcionante”.
El secretario general de la ONU, António Guterres, lamentó que “la comunidad internacional perdiera una oportunidad importante para demostrar una creciente ambición sobre mitigación, adaptación y financiamiento necesarios para lidiar con la crisis climática”. ¿Cómo es posible? ¿Por qué seguimos negando la necesidad de actuar ante el cambio climático?
Una posible respuesta a esas preguntas reside en el libro Ecología oscura (2016), escrito por el filósofo inglés Timothy Morton, quien afirma que la conciencia ecológica se presenta delante de nosotros bajo la forma de una imagen aterradora, como si un mal día descubriéramos en nuestra mano el arma con la que hemos cometido un crimen, pero ignoráramos las circunstancias.
Esa analogía nos permite entender, en alguna medida, por qué es tan difícil asumir nuestra cuota de responsabilidad en relación con el calentamiento global.
La analogía propuesta por Morton entraña una lectura adicional: hemos contribuido al calentamiento global y ahora estamos en la obligación de seguir el rastro de la amenaza, como hacían los detectives clásicos.
Morton recuerda el momento cuando Deckard, el detective que protagoniza el filme Blade Runner (1982), persigue a unos replicantes en la futurista ciudad de Los Ángeles y entiende que podría ser uno de ellos. Deckard no está preparado para esa revelación. En cambio, está confundido y enojado consigo mismo. Como muchos de nosotros, hoy.
La ruta de la negación. Nuestras indagaciones detectivescas sobre las emisiones de dióxido de carbono y el calentamiento global son adversas y vertiginosas. ¿Por dónde empezar? ¿Cómo se inicia el cambio del cambio climático? Reconozcamos que ese proceso comienza con una imagen fulminante y una negación. Nos despertamos a medianoche con un revólver en la mano y un cuerpo ensangrentado al lado, y la primera frase que atraviesa nuestra mente es: “Yo no fui”.
Esa es la respuesta que ofrecen algunos gobernantes, incluso frente a la estadística que convierte en cifras y en consecuencias las emisiones de dióxido de carbono de sus respectivos países, y es también la respuesta que ofrecemos los ciudadanos cuando los científicos nos señalan como responsables de la última extinción masiva.
Hasta hoy, hemos asociado la destrucción de los ecosistemas y la extinción de especies animales con los cazadores, exploradores y colonizadores de los siglos XVIII y XIX.
Ellos acabaron con el rinoceronte lanudo, la paloma migratoria, el tigre de Tasmania, la tortuga de Galápagos y el pájaro Dodo. Ellos son los criminales.
Después, poco a poco, entendemos que la acción cotidiana de encender nuestros vehículos no es tan insignificante como creíamos y podemos imaginarla a escala planetaria, ampliada, como un gesto colectivo que ejecutan millones de manos, que giran millones de llaves, que activan los motores de millones de vehículos.
De esa manera, conforme dejamos atrás el síndrome del “yo no fui”, nos enfrentamos al problema de la escala. O, más bien, de las escalas.
“Nos enfrentamos a la tarea de pensar a escalas temporales y espaciales que nos resultan poco familiares e incluso gigantescas”, afirma en su libro Timothy Morton. Luego añade: “Hemos pasado de tener el mundo en nuestras manos a la comprensión de que el planeta está recibiendo el abrazo mortal de la especie humana”.
El pánico frente a Godzilla y King Kong se ha convertido en un recuerdo nostálgico. Ahora somos nuestros más temibles monstruos gigantes.
La huida conduce fácilmente hacia una segunda negación: el calentamiento global no existe. La llegada del invierno podría comprobarlo, como afirma el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
En noviembre del 2018, Trump desestimó las 1.656 páginas de un informe de la Casa Blanca titulado Evaluación nacional sobre el clima, que detallaba los devastadores efectos del cambio climático en la economía, la salud y el medioambiente en los Estados Unidos. Ese documento fue rechazado por el mandatario con una frase escueta y prepotente: “No me lo creo”.
Previsiblemente, Trump no asistió a las sesiones de la COP25. En su lugar, se presentó el actor Harrison Ford, lo que equivale a contar, en un solo conferencista, con la presencia de Indiana Jones, Han Solo y Rick Deckard. Eso, sin mencionar que Ford había interpretado al presidente de los Estados Unidos en la película Air Force One (1997).
En Madrid, Ford demandó a su némesis, Donald Trump, coraje, protección a la naturaleza y a la humanidad. Como se ha comprobado en figuras como Jane Fonda y Leonardo DiCaprio, Hollywood produce de vez en cuando héroes de carne y hueso.
Abolengo. El camino hacia la disminución del calentamiento global está plagado de evasiones. Una de ellas consiste en afirmar que los textos especializados son demasiado complejos y que los científicos desarrollarán la tecnología necesaria para solucionar el problema.
Después de todo, algo debería hacer la NASA con sus presupuestos millonarios y sus conocimientos, además de enviar juguetes de control remoto a Marte y organizar excursiones a la Luna.
Otras evasiones habituales descansan en la suposición de que los ambientalistas ya están resolviendo el problema, o de que es más eficiente centrarse en el desarrollo económico que en el cambio climático, puesto que la riqueza es la mejor protección frente a los fenómenos climáticos extremos. Sin embargo, la forma de evasión que posiblemente se presenta con más frecuencia afirma que ya tenemos suficientes problemas en nuestra vida cotidiana para preocuparnos por algo tan distante y abstracto como el calentamiento global.
En ese razonamiento reside el centro de la cuestión. El calentamiento global no es distante ni abstracto, sino todo lo contrario: es tan nuestro y cotidiano como las compras, la alimentación, los desechos, el consumo y el desplazamiento motorizado. Cuando entendemos que nuestras prácticas habituales han cambiado el clima global, superamos, al fin, la negación. Cuando asumimos la tarea de cambiar, comenzamos a romper el ciclo de deterioro de nuestro planeta que hemos producido nosotros, nuestros padres y abuelos.
El cambio climático es, aunque parezca extraño, un asunto de abolengo. Lo hemos heredado y reproducido de una generación a otra, pero, también, podemos revertirlo mediante acciones individuales, como reciclar, reutilizar y reducir el uso de combustibles fósiles.
En el terreno colectivo, es posible incidir también cuando elegimos a aquellos gobernantes que creen en la ciencia, que demuestran que conocen la urgencia de actuar en vista de la crisis climática y están dispuestos a hacerlo.
Como parte de nuestros propósitos de año nuevo, además de los infaltables “hacer más ejercicio”, “ahorrar dinero” o “conseguir un trabajo mejor”, debemos incluir el abandono del síndrome del “yo no fui”. Al fin y al cabo, la historia futurista que sirve de ilustración a ese síndrome ha quedado atrás.
Así es: las acciones del Blade Runner, que fue filmado a inicios de los años 80, y protagonizaba un memorable Harrison Ford, ocurren en noviembre del 2019. Ese futuro es, desde hace algunas semanas, un futuro pasado.